24 mar 2009

De los VIP a los PIV

NO SABIA LO QUE ERA SER VIP, hasta que, por casualidad, entre en el aeropuerto a una sala VIP. Y lo que ahí me sorprendió. ¡Qué Vip! O sea, mientras los no Vip estaban afuera sentados en unas sillas, los Vip estábamos en unos sillones súper Vip, con una mesita al frente sobre la cual había una buena colección de diarios en español y en inglés que, para soportar la espera, bastaban.

Después, mientras afuera los que no eran Vip sino Piv pero que tenían un hambre o sed que s era Vip, se veían obligados a levantarse e ir al mesón para comprar un sanduche, una cola o un café, los Vip no estábamos obligados a movernos porque una señorita (para los hombres de lo más Vip), nos brindaba unos bocadillos y una cola Vip.

Y no era cosa de preocuparnos, tampoco, por estar atentos al instante en que debíamos abordar el avión, o acercarnos (como lo hacen los Piv) al mostrador para decirle al señor “vea, por favor, no sea malito, a qué hora mismo sale el vuelo, porque ya llevamos un retraso de media hora”, sino que un funcionario Vip apareció como por arte de magia y nos dijo que tuviéramos la amabilidad de abordar el aeroplano, lo cual se realizo, obviamente, antes que los pasajeros Piv, quienes hacían una cola mucho peor que la del funcionario que revisaba sus boletos para ver si no eran chiviados.

Ser Vip, entonces lo entendí, era eso: una Very Important Person que recibe un tratamiento distinto y no está para perder el tiempo en menudencias ni ejecutar ciertas acciones impropias de su categoría.

Lo que no saben los Vip es de todo lo que se pierden al estar aislados, tan descontaminados de la realidad. Ellos solo pueden hablar con los Vip sobre las cosas Vip, qué generalmente son aburridísimas porque, además, se ven interrumpidas por las intermitentes llamdas al celular que les obligan a elevar la voz para que todos escuchen sus charlas, que tienen carácter Vip, por supuesto.

Yo sospecho que la categoría Vip es un buen negocio, que vende bien: muchos quieren alcanzar ese estatus. Y, ¡oh prodigios de la democracia!, ahora lo pueden lograr por la módica cifra de diez dólares: ciertos cines tienen, en un altillo de sus salas (justo donde antes quedaba la galería), su espacio Vip, con unos mullidos y encuerados sillones que permiten arrellanarse deliciosamente, mientras un caballero Vip trae la bandeja con Nachos y queso, una descomunada bolsa de canguil y un enorme vaso con cola. Todo muy Vip, por supuesto.

Cuando comienza la película, el cinéfilo Vip puede solicitar una almohada, accionar la palanca que convierte su sillón en cama, y comenzar a dormir pierna suelta mientras hace digestión con unos ronquidos que no logran interrumpir el sueño de los otros diez Vip que yacen a su lado. AL final de la proyección, el señor Vip es despertado dulcemente por el caballero Vip, que, de la manera más Vip, le acompaña hasta la salida.

En resumen, los únicos que se enteran de cómo es la realmente la vida con todas sus complejidades y cuál es exactamente la película que fueron a ver, son los Piv. Los Vip, con ser Very Important tienen suficiente. Y, justamente por eso, después tienen que huir a Miami: la ficción de su existencia termina por ganarles la partida.

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